No cabía nadie más en la plaza, pero nosotros sentimos un vacío, un hueco. Nos fuimos pronto porque empezaron fuerte. Mucho. Entre las primeras «Buena chica» y «Aunque tu no lo sepas». Y nos acordamos demasiado de nuestra buena chica, de la época en que apenas pisábamos el suelo y como la dejamos …sin decir nada. Los demonios y la culpa. Todos juntos. Siempre demasiados.
Y nos acordamos mucho de Enrique, del día que se fué grabado a fuego. Un par de semanas después Madrid nos dejó escapar vivos pero muertos por dentro. No volvimos a Malasaña … y si volvimos, no éramos los mismos, ya éramos otros, los mismos nombres… pero otros.
Nos pareció precioso que Los Secretos recuerden a Enrique con «Aunque tu no lo sepas», una canción poema que le escribió el gran Quique González, de la que preferimos de largo su versión … pero ahí estaba Enrique en el ambiente, y otra vez nuestra buena chica… la misma de aquella época que cada día estábamos más flacos, de la que nos acordamos – poco, demasiado poco ya – cada vez que escuchamos:
nos decíamos tanto,
con las manos tan llenas,
cada día más flacos.
Inventamos mareas,
tripulábamos barcos
y encendía con besos
el mar de tus labios.